Mi historia: La trombofilia no me impidió ser mamá

Esta es una historia en primera persona que sólo tiene como propósito contarte a vos que podes estar pasando lo mismo, que luego de un largo camino llegué a tocar el cielo con la manos al ver los ojos de mi bebé.

Tal vez una al ser joven no se da cuenta que puede estar embarazada, siempre pensamos en retrasos menstruales creyendo que alguna alteración hormonal nos hace irregulares. Bueno, “esas irregularidades de una o dos semanas pueden ser tus embarazos”, según me dijo un día un ginecólogo que visité, de quien no recuerdo el nombre. Pero sin dudas eso prendió una luz de alerta en mi, ¿acaso tuve abortos espontáneos sin saberlo?.

En mi historia hubo muchas personas que ayudaron a que todo sea más llevadero, tuve la bendición de contar con un marido presente y muy compañero, pero también familia, amigos, médicos y ángeles que no conocía, pero aparecieron en mi vida para ayudarme. Este relato, te spoileo, tiene un final feliz, de esos que cuando buscas tener un hijo te suena bastante molesto, pero es la verdad, pasaron cinco años de lucha y búsqueda, de subir esa escalera, escalón a escalón si saber cuando finalmente estaría en la tan ansiada meta, que era tener a mi hija. Cada escalón necesitaba de una fuerza distinta, algunos fueron más difíciles de escalar que otros.

Cuando tu sueño o deseo es ser madre y no lo lograste por las vías normales, en tu mente encontrás preguntas muy duras que te hacen llenarte de culpas, de miedos e incluso de esa incertidumbre que grita en tu mente silenciosa pero ansiosa, ¿nunca serás mamá?. Bueno en mi historia pasó eso, cada fecha de menstruación era la ansiedad que invadía, ese mínimo retraso se convertía en una ilusión, pero cada vez que llegaba esa mancha roja la ilusión, la esperanza y la fe se iban con el tirar de esa cadena. Se que  es normal, pasa a quienes tenemos ese anhelo. Pero  no me quedé con los brazo cruzados, estuve años en médicos, con tratamientos invasivos, operaciones, medicamentos, cuidados de todo tipo, peleas con las obras sociales y claro, no podía faltar, muchas pero muchas lagrimas y frustración.

El primer embarazo que perdí y del que tuve conocimiento fue bastante traumático, como el de cualquier otra mujer que ansiaba a su hijo. El venía con un crecimiento menor al que debiera y finalmente un día, en una ecografía para saber como estaba, nos dijeron que había muerto. Esa sensación de que este nuevo médico que visitábamos no sabía nada, que si la ecografía me la hace mi medico de siempre todo estará bien sigue sacándome unas lágrimas. La negación fue el primer sentimiento que experimenté. Luego al visitar al especialista de siempre entendí que no era un error y debimos afrontar esa pérdida. Fueron meses largos.

Luego de un par de años, con más búsquedas, médicos, peleas con obras sociales, tratamientos de inseminación, pinchadas y mucho más, logramos un nuevo embarazo del que nos enteramos de casualidad, pero el final fue el mismo que el anterior. Nuevamente un aborto hacía temblar mi esperanza y su crecimiento irregular con una beta menor a la que debiera, en crecimiento pero muy leve hace que mi médico finalmente me pida el famoso análisis para saber si tenía trombofilia.  Y sí,  eso era, una enfermedad que se caracteriza por formar trombos (coágulos) en la circulación que obstruyen el flujo sanguíneo. Es por ese  motivo que mis embarazos no prosperaban, no lograban tener la sangre suficiente para crecer.

Pasar por tantos médicos, consultorios escuchando historias que no tuvieron finales felices cansaba, pero la esperanza se mantiene viva cuando el médico especialista en reproducción asistida te dice, “sos joven todavía, tu caso es posible que llegue a un embarazo”. Pero pasaron cinco años y seguís esperando que esas palabras se cumplan y que un milagro llegue a tu vida.

En mi caso pasé por todo aquello que me diera esperanzas y fuerzas, desde la religión, metafísicos, la biodescodificación, psicóloga y nuevamente la fe en Dios y la Virgen, poniéndome en manos de ellos para poder concretar ese anhelo que pocos entienden y que para algunos es banal. No es posible que alguien te juzgue por buscar ayuda, pues no todos tenemos la fuerza de otros ni queremos o sentimos igual.

Pero la mejor parte viene ahora. Un enero inicié con un tratamiento de fertilización asistida, con muchas pinchadas diarias, pastillas y cuidados. El resultado…bueno la ansiedad me mataba, pero sí, quedamos embarazados con mi marido. No les puedo explicar el miedo que teníamos, pero la buena noticia esta vez es que estábamos medicados con heparina desde el minuto cero. Aquí freno porque como te conté, tuve ángeles que aparecieron en este camino, uno de ellos fue una psicóloga que me donó este oro en medicamento y una referente de mamás con trombofilia en Salta que también me asesoró y me donó. Claro la obra social me dio lo que correspondía, pero de esa lucha mejor ni hablar.

El embarazo fue maravilloso. Conté con una obstetra que me cuidó, me entendió y me trató como una amiga. Valió la pena todo y cada uno de los tropezones que tuve que  superar. Cada una de esas piedras que me parecían rocas indestructibles, de repente eran mínimos granos de arena. Cada día un pinchazo en mi panza que significaban la esperanza de que mi bebé estaba viva y crecía sana. Cada ecografía que hacía palpitar a mil mi corazón esperando que me digan que estaba bien, hizo que esos meses de embarazo sean una de las mejores etapas de mi vida.

índigo. Esa canción que conocí el día de la madre me hizo llorar horrores, ¿por qué?  Bueno la letra es muy especial y más si tenés seis meses de embarazo y tus emociones están a flor de piel. También debo confesar que lloré al ver la película Mi Primer Beso, claro el embarazo me puso sensible.

Cosas como esas pasaron, al igual que mientras cuidaba un embarazo de alto riesgo que me tuvo en cama un mes, luego seguí trabajando y casi tuve a mi bebé en mi trabajo. Todo inició un domingo con una internación por una infección que terminó con varios días en el hospital, hasta que de repente dejé de sentir el movimiento de mi bebé y los dolores abdominales y en el cuerpo no me dejaban respirar.

No es fácil explicar el miedo que te invade el no sentir los movimientos de tu bebé en tu vientre, mientras un médico trata de minimizar tu situación por ser primeriza. Me había quitado la heparina y esa esperanza que tenía en ese medicamento me alarmaba. Lo recuerdo y la angustia de ese momento se presenta nuevamente. Pero ángeles siempre llegaban, en este caso una enfermera me escuchó, me creyó y me ayudó. Los valores hepáticos no estaban bien y una operación de urgencia trajo a mi hija a este mundo.

Ahora sí, llorando les escribo, el momento más lindo de mi vida fue ver los ojos de ella con su llanto inolvidable saliendo de mi vientre. Todo valió la pena, mi sueño está aquí, invadiéndome de amor y lista para que la llene de amor. Mi hija de poco más de un kilo ochocientos gramos estaba junto a nosotros y claro en el medio más médicos, internación de un mes, proceso de alimentación cuidado y progresivos avances, muchas cosas más vinieron después, más miedos y largas horas de tareas, cuidados y felicidad. Está aquí, nos eligió como sus papás y estamos con ella.

Todo lo que pasamos en años se ve reflejado en el amor que nos da y el que le damos cada día. Cada sonrisa o llanto, cada mamá o papá te amo. Hoy solo quisiera que quienes transitan un camino como el que me tocó transitar sepan que muchas veces no vemos esa luz, nos quedamos sin esperanzas pero no podemos bajar los brazos. Nadie nos detiene en la búsqueda de lo que realmente queremos y es importante luchar para que la salud nos permita lograr ese milagro que buscamos y por el cual nos desvelamos muchas veces.

Eso que tanto queremos puede ser posible. No se que es lo que me funcionó, te diré que probé de todo, pero debes ser libre de experimentar sin miedo a que te juzguen. Les deseo la felicidad que tengo a todas las que llegaron hasta el final. Buena vida chicas.

Patricia Manrique

 

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